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abril 2017 | 09
Publicación sobre arte, diseño y educación
ISSN 2255-4564
Joaquín Sorolla y Bastida, Aureliano de Beruete, publicado originalmente en La Lectura, Revista de Ciencias y de Artes, año I, enero, 1901 nº 1. Madrid. imprenta de la viuda e hijos de Tello.
Joaquin Sorolla y Bastida

Lo primero que le ocurre al que con espíritu crítico contempla una obra de arte después de haber gozado silenciosamente de la impresión que esta le produce, es preguntarse cómo, cuándo, bajo qué influencia fue creada, cuál ha sido su génesis, por qué es así y no de otro modo, dada la infinita variedad de tipos a los cuales pudo subordinarse. Esta curiosidad despierta en el contemplador multitud de ideas y de recuerdos que le mueven a comparar la obra que se los ha sugerido con otras que le son familiares, las cuales de tiempo atrás se hallan estudiadas y clasificadas por la critica.

Al encontrarnos frente a la tan rica y garlada producción del artista objeto de este estudio, deseamos saber quién es este artista, el cual. joven aún, desconocido no hace mucho tiempo y discutido hasta hace poco, está hoy reputado como una de las eminencias de la pintura contemporánea. Quisiéramos, además, definir la característica de su estilo y tendencias, cosa difícil si se trata de un pintor del pasado, casi imposible tratándose de un contemporáneo que se halla en el pleno florecimiento de sus facultades naturales.

Algunos datos biográficos recogidos de labios del artista nos darán idea de sus primeras pasos en su profesión, de los maestros que le iniciaron en esta, y también de su carácter y fisonomía moral.

Nació Joaquín Sorolla en Valencia el 27 de Febrero de 1863. Huérfano de padre y madre, a quienes perdió en breves días, cuando él contaba dos años de edad, victimas de la invasión colérica en aquella ciudad, en 18ó5, fue recogido, en compañía de su hermana. por sus tíos don José Piqueles y doña Isabel Bastida, esposa de este y hermana de la madre de Sorolla. A tan noble rasgo de caridad debemos la salvación de una vida preciosa para el arte, y no sería justo dejar de rendir el tributo de gratitud que merecen aquellos, que fueron, en realidad, los padres y primeros protectores de Sorolla.

Nacido y criado en Valencia, tiene el pintor en sus venas sangre aragonesa y catalana, pues su padre era natural de Cantavieja, pueblo de la provincia de Teruel, y su madre, valenciana de nacimiento, era hija de padres catalanes.
Asistió en su infancia a la Escuela Normal de Valencia en la cual no demostró grandes aptitudes como alumno de primeras letras. En cambio, se inició su vocación para las artes de modo tan manifiesto, que uno de sus maestros, don Baltasar Perales, director en la actualidad de aquella escuela, al ver que el niño, en vez de aplicarse al estudio de la gramática, se entretenía incesantemente en borrajear cuantas hojas de papel le venían a la mano, le regaló lápices y colores, y aun hizo la vista gorda respecto de la desatención del chico hacia el estudio. Libre de toda reprensión, no se ocupó desde entonces de otra cosa que de dibujar a su capricho y copiar cuantas estampas le facilitaban sus compañeros.

En vista de que el muchacho no sacaba fruto de la enseñanza de la escuela, resolvió su tío, dueño a la sazón de un taller de cerrajero, meterlo a aprendiz de este oficio, en el cual, ayudando a los oficiales en las faenas de la fragua y de la lima, en lucha con las durezas del hierro, fue templando su cuerpo para otras faenas mas duras aun que en la vida le aguardaban.

Tuvo también su tío el buen acuerdo de ayudar la vocación del muchacho, haciéndole que asistiera, las horas libres de la noche, a las clases de dibujo de la Escuela de Artesanos. En esta, y bajo Ja dirección del profesor don Cayetano Capuz, se aplicó Sorolla de tal suerte, que obtuvo el primer año todos los premios.

A la edad de quince años entró en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, abandonando definitivamente el taller de cerrajería, y dedicándose en cuerpo y alma, día y noche, al estudio del dibujo y de la pintura con tal aprovechamiento, que en el primer curso ganó los premios de colorido, dibujo del natural y perspectiva.

Por aquellos días conoció a don Antonio García, el cual adivinó bien pronto las dotes del joven y le dispensó desde entonces abierta protección y amistad, concediéndole una pensión anual, que disfrutó el pintor hasta el día en que, habiendo logrado satisfacer las exigencias de la vida con el fruto de su trabajo, y asegurada en lo posible su independencia de artista, vio cumplidos los anhelos de su corazón, uniéndose en matrimonio con la hija de su protector doña Clotilde García.
Durante los años de su educación artística en la Escuela de San Carlos de Valencia, hizo Sorolla a Madrid tres viajes: el primero, en 1881, realizado tan solo para ver y estudiar la Exposición de Bellas Artes, en la cual presentó tres cuadros de marina, que pasaron inadvertidos, y que el borró mas tarde. Al año siguiente volvió para hacer estudios en el Museo del Prado, dedicándose a copiar exclusivamente varias cabezas de los cuadros de Velazquez y Ribera. El último Io efectuó en la primavera de 1884 para presentar en la Exposición su cuadro EI dos de mayo, que acababa de pintar en Valencia, con el cual hizo su brillante aparición en el mundo del arte.
Pintado con el brío y la fogosidad de los veinte años, lleno de vida, de movimiento, de luz y color, inspirado en un hecho que conmovió las fibras del artista enamorado de lo épico y legendario, reveló por completo esta obra las cualidades raras de su autor, haciendo presentir lo que de él podía esperarse en adelante.

Joaquín Sorolla, El dos de mayo, 1884
Sorolla, El dos de mayo, 1884.

Tan sólo acometerlo fue clara muestra de una intuición genial, pues no creemos que hasta entonces se hubiera intentado por nadie, en España al menos, pintar directamente un cuadro con figuras de tamaño natural en pleno sol. Para realizarlo hubo de utilizar Sorolla, como taller, los corrales de la Plaza de Toros de Valencia, en donde, a fuerza de quemar pólvora y de envolver en humo a los modelos, quiso resucitar ante su vista la escena real, para trasladarla al lienzo tal y como su imaginación se la habla representado.

A pesar de que en el segundo, y principalmente en los últimos términos del cuadro, donde aparece mayor el fragor del combate, no permite el humo que sean apreciados los detalles de las figuras, hizo gala el pintor de sus conocimientos del dibujo y anatomía en las de primer termino, especialmente en aquellas que representan a los dos heroicos artilleros Daoiz y Velarde, en las cuales la expresión de su fisonomía y las actitudes de piernas y brazos le dieron ocasión de probar la maestría adquirida en la escuela de San Carlos.

EI cuadro El dos de mayo, premiado con medalla de segunda ciase en la Exposición de 1884, fue adquirido por el Estado y se halla hoy en el Museo Balaguer de Villanueva y Geltrú.

Regresó Sorolla a Valencia después de su primer triunfo, y no tardó en obtener otro, pues aquel mismo año de 1884 le fue otorgado el premio de la Diputación de aquella provincia en el concurso celebrado para la pensión a Roma por su cuadro EI Palleter dando el grito de la independencia, inspirado en un hecho histórico análogo al de El dos de mayo. Tiene con este grandes analogías por el movimiento y vida de las numerosas figuras que en el se ven representadas.

Joaquín Sorolla, El Palleter dando el grito de la independencia, 1884.
Sorolla, El Palleter dando el grito de la independencia, 1884.
Al cumplir veintidós años. a principios de 1885, partió a Roma. en donde bien pronto conoció a aquellos artistas que formaban la brillante colonia española. Pradilla. Villegas. Sala y otros, cuyas lecciones y consejos hubieron de guiarle en el desempeño de los estudios de desnudo que como pensionado debía ejecutar. A estos trabajos dedicó los primeras meses del año citado, y en la primavera del mismo marcho a Paris en compañía de su amigo el distinguido artista don Pedro Gil.
En esta visita a Paris, ante las obras expuestas en el Salón de aquel año, en la Exposición de Menzel, y especialmente en la de Bastien Lepage, abrió Sorolla sus ojos por vez primera al movimiento iniciado entonces en la pintura moderna.
Todavía, sin embargo, no se había presentado en París, en toda su pujanza, aquella pléyade de pintores escandinavos y finlandeses que tanto sorprendió al mundo en la Exposición Universal de 1889, y cuyo principal mérito fue el de hacer extensivos a todos los géneros de pintura los procedimientos usados de mucho tiempo atrás por los grandes paisajistas modernos. De haberlos conocido entonces Sorolla, es seguro, dadas sus aficiones y tendencias, que se habría dejado influir por ellos, tan sinceros, tan vigorosos. tan coloristas y. sobre todo, tan independientes.

¿Quien sabe si no fue beneficioso para el desenvolvimiento de su personalidad artística el hecho de que esta influencia de los grandes pintores modernistas del Norte, no se haya dejado sentir en las obras de Sorolla sino algunos años mas tarde, cuando dueño ya de reprimir su asombrosa facilidad y su facultad creadora tan fecunda, pudo asimilarse las cualidades salientes de aquellos maestros sin detrimento de las suyas propias?

 

Exposición Universal de 1899 en París

 

Durante los seis meses que permaneció en Paris trabajó de manera vertiginosa, haciendo por el día estudios serios en su taller. y tomando apuntes al lápiz de cuanto veía en la calle, en los ómnibus y en los cafés animados de los bulevares, hasta las altas horas de la noche.

Regresó a Roma, en donde volvió a respirar una atmósfera artística bien diferente de la de Paris, y en oposición abierta a su temperamento de pintor. A pesar de esto, la fuerza del medio ambiente le hizo abandonar la senda del realismo tan fielmente seguida por él hasta entonces; y el deseo de hacer una obra de gran tamaño y de un asunto transcendental, le llevó a emprender el cuadro El entierro de Cristo.

Trabajó en este más que en cuadro alguno. Empezó por llenar el lienzo de figuras que poco a poco fue haciendo desaparecer de él, no dejando al término de la obra sino aquellas indispensables para caracterizar la escena representada. Por fin, tras muchas vacilaciones y cambios, hubo de darlo por terminado y lo presentó en la Exposición de Madrid de 1887, en la cual no dejó de sorprender por el contraste que ofrecía con EI dos de mayo del certamen anterior.

EI entierro de Cristo, de Sorolla, no es un cuadro vulgar. La originalidad de su composición y el tinte dramático en que se halla envuelto le hacen interesante. Pero hay que reconocer que, inspirado en un sentimiento ajeno al carácter y aptitudes de un pintor naturalista por excelencia, y con tendencias opuestas a las seguidas por este en sus obras anteriores, constituye una excepción entre todas ellas. Y sea por esto, sea por otras causas, fue muy discutido durante la Exposición, y no obtuvo el premio que del esfuerzo que pintor de tantos alientos habla empleado en el desempeño de la obra podía esperarse.
Volvió Sorolla a Italia instalándose en Asís, a cuya histórica ciudad bien pronto se aficionó alternando sus tareas haciendo ya estudios inspirados en los maestros italianos de los siglos XIII y XIV que a su vista se ofrecían, ya otros recordando aquellas obras de Bastien Lepage que tanto le impresionaron durante su permanencia en Paris. Fue esta época un paréntesis en la vida del artista, un momento de descanso en aquel lugar tranquilo y solitario, que le prestó nuevos brios para acometer las obras posteriores.

En Asís pintó el cuadro, ultimo envío de pensionado, El padre Jofré amparando a un loco, el cual se halla en el Hospital provincial de Valencia.

Joaquín Sorolla, El padre Jofré amparando a un loco, 1887.
Sorolla, El padre Jofré amparando a un loco, 1887.
Es un cuadro ecléctico, hecho bajo la influencia de otros de diversas tendencias que le impresionaron en los estudios de Roma y en las Exposiciones de Paris. Lo mas típico de este cuadro, lo mas verdadero, lo que mejor acusa la personalidad del pintor, es la figura del protagonista, severa, real y de gran carácter. Es asimismo la que revela mayor maestría técnica.
Terminada esta obra, marchó a Valencia para llevar a efecto su matrimonio, cuya benéfica influencia en la vida intima del artista se reflejó desde entonces en sus creaciones pictóricas.
Su joven esposa, dotada de claro entendimiento y de virtudes que la modestia hace pasar inapreciadas, levantó el animo decaído del pintor en los días de desaliento, templó no pocas veces la fogosidad impetuosa y la impresionabilidad de su temperamento nervioso: le auxilió, en fin, en todos los momentos difíciles tan frecuentes en la vida de un artista que lucha tenazmente en pos de un ideal que jamás se alcanza.
Como muestra de la producción de Sorolla desde su viaje a Italia a principios de 1885, y de lo mucho que pintó en Paris en este mismo año, pueden citarse las obras presentadas por él en Madrid, en la Exposición de 1890, las cuales. con ser tantas y tan variadas, no reflejan. a decir verdad. la genuina personalidad del artista.

La principal de ellas, el cuadro Boulevard de París, fue una concesión, quizá inconsciente, a las exigencias de la época de su primer viaje a Paris, así como El entierro de Cristo lo habla sido al medio ambiente de Roma y Asís, a cuyas influencias no pudo sustraerse por no tener entonces el artista plena conciencia del alcance de sus dones naturales y del camino que debla seguir para el desarrollo adecuado de estos.

Representa aquel cuadro el exterior de uno de los cafés de los bulevares, con las mesas ocupadas por personas de uno y otro sexo que entretienen sus ocios viendo pasar la multitud que a toda hora transcurre por aquellos sitios. Esta iluminado por la luz tibia del anochecer, contrastando con las luces encendidas del interior del café.

La habilidad técnica de la obra y la conclusión esmerada de todos sus pormenores, habrían sido bastante para acreditar a un pintor; pero, tratándose de aquel que habla inaugurado su carrera con cuadros que revelaban mayores bríos, no logró satisfacer las esperanzas concebidas de obras más vigorosas y personales que esta.

Entre los diversos estudios que presentó al mismo tiempo, deben ser citados algunos inspirados en obras de Bastien Lepage, y muy especialmente el de una joven parisiense.
Durante los años 1889 a 1892 pintó. ya en Valencia, ya en Madrid, varios cuadros de costumbres valencianas y multitud de acuarelas. También dibujó composiciones diversas para los diarios y revistas ilustradas. De aquella época data asimismo el cuadro Una procesión en Burgos en el siglo XVI, que figura el paso de la procesión por delante de una de las puertas de la catedral. Es uno de los pocos cuadros del artista, de pequeñas dimensiones, en el cual hizo gala de una ejecución muy esmerada.

Los lienzos mas importantes de aquellos años son dos, a saber: Después del baño, precioso desnudo de mujer, de tamaño natural, destacando de un fondo de mármoles blancos, y el famoso Otra Margarita.

Inaugura este la importante serie de aquellos que han dado a su autor puesto merecido entre los grandes pintores contemporáneos.

Sorolla, hijo del pueblo, templada su alma en las angustias y miserias del proletariado, halló en el asunto de esta obra ocasión propicia para reflejar los sentimientos que le inspiraran esas desdichas.

Joaquín Sorolla, Otra Margarita, 1892
Sorolla, Otra Margarita, 1892.
Para dar a la composición gran verdad, empleó idéntico procedimiento a los usadas por el años atrás al pintar EI dos de mayo, a saber: reconstituir la escena real con modelos y accesorios para reproducirla fielmente. A este fin instaló su lienzo en un vagón de tercera ciase de la estación de El Grao, y dispuso la escena de esta manera: en primer termino, es decir, en uno de los bancos del vagón, la madre infanticida con esposas en las manos, caída la cabeza, revelando el rostro remordimiento y pena. Sentados detrás de ella, los guardias civiles que custodian a la desventurada. Un envoltorio de ropas, como único accesorio, en el escueto fondo de madera pintada del vagón.

Meditó mucho y vaciló bastante hasta hallar la composición del cuadro; lograda esta, el pintarlo fue obra de pocos días, durante los cuales, merced a un trabajo febril, mantuvo viva la inspiración del primer momento.

Del éxito feliz del cuadro son testimonio los aplausos que le fueron tributados en la Exposición internacional de Madrid de 1892 y la medalla de primera ciase que se le concedió como premio. Triunfo análogo obtuvo en la Exposición de Chicago, en la cual, además de premiado, fue adquirido para el Museo de San Luis.

Fue coincidencia singular lo ocurrido en la ejecución de esta obra. Su autor no había visto nunca las obras de los pintores del Norte, y, sin embargo, se valió de medios análogos a los usadas por estos. pintando a la luz misma y en condiciones idénticas a aquellas en que se desarrolló la escena real, huyendo de esta manera, en lo posible, de la iluminación convencional propia de los estudios de pintor y del empleo de los modelos de oficio.

Verdad es que Sorolla, a falta de conocer las obras de Kroyer, Johansen, Zorn, Bergh, Werenskiold, Edelfelt, Harrison, Melchers y otros pintores modernos cuyos nombres se hicieron celebres desde la Exposición Universal del 89, ya habla estudiado, como queda dicho, las de Bastien Lepage, que fue uno de los iniciadores de la pintura naturalista moderna; y también en la Exposición de Madrid de 1890 tuvo ocasión de ver varios ejemplos de esta tendencia en algunas de las obras de don José Jiménez Aranda. especialmente en la titulada Una desgracia, en la cual, inspirándose su autor en los pintores modernistas mencionados, y rompiendo con tradiciones y convencionalismos de escuela, se lanzó por la vía de un arte independiente basado en la interpretación sincera del natural por cima de todo.

El ejemplo de este ilustre artista y los sanos consejos que de él religiosamente escuchó, contribuyeron eficazmente a realizar la evolución tan manifiesta en el cuadro Otra Margarita, la cual se fue afirmando en obras sucesivas. Sorolla, que por una adivinación genial habla pintado, a los veinte años, El dos de mayo directamente del natural, puestos los modelos al sol, abandonó por largo tiempo esta hermosa sinceridad tan en consonancia con sus inclinaciones, por ir en pos de un arte aparatoso y convencional, y por tanto, amanerado, si bien mas fácil para la comprensión y aceptación del publico. Con El entierro de Cristo rindió tributo a estas influencias nocivas para el desarrollo de sus cualidades; siguió vacilante solicitado por opuestas tendencias, hasta que por último halló la expresión propia y adecuada a sus sentimientos mas íntimos en la interpretación sincera de la naturaleza en sus infinitos aspectos. Desde aquel momento, firme en su terreno, convencido de que para él no hay mas maestro que el natural, se entregó al estudio directo de este y a interpretarlo tal y como lo veía, sin afeites ni composturas. Desde entonces fue tema para sus cuadros cuanto a su paso le impresionaba: lo mismo pintaba escenas de interior, que otras al aire libre y en pleno sol. Su simpatía por las ciases desheredadas le llevó a pintar no pocos cuadros inspirados en escenas de la vida y costumbres de aquellas, con tal que en esas escenas viera el por cima de todo la nota pictórica. No se detuvo ante dificultad alguna. EI movimiento y vida de la variedad de gentes que pululan en las playas levantinas, vestidas con trajes de mil colores que brillan al sol, destacando del azul del mar; las barcas pescadoras navegando con sus velas latinas, o en la playa arrastradas por parejas de robustos bueyes; los paisajes de la costa de Denia y Jávea, de color exuberante y vigorosos contrastes, todo fue interpretado por el artista de una manera pronta, fácil, enérgica, violenta a veces, en consonancia siempre con el asunto representado.

En la imposibilidad de enumerar las obras de Sorolla realizadas desde aquella fecha de 1892, señalaremos tan sólo las más capitales, empezando por la titulada El día feliz, la cual, en unión de Otra Margarita, Después del baño, y varios retratos y estudios, figuró en la citada Exposición de 1892.

Joaquín Sorolla, El día feliz, 1892.
Sorolla, El día feliz, 1892.
Representa El día feliz el interior pobre de una barraca de las playas cercanas a Valencia, en la cual una niña, vestida con el traje blanco de primera comunión, besa respetuosamente la mano de un anciano ciego, de aspecto humilde, que se halla sentado en el centro y acompañado de varias personas. A través del hueco de la puerta se ve la playa iluminada vivamente por la luz del sol, la cual se percibe también por entre las tablas de la barraca. Domina en el lienzo un sentimiento de ternura que en nada amengua la verdad y el brío de la ejecución.

Fue adquirido en la Exposición de Venecia de 1899 para el Museo de Udine.

Sorolla, El beso de la reliquia, 1893.
Sorolla, El beso de la reliquia, 1893.

EI año de 1893 expuso Sorolla por vez primera en el Salón de Paris, presentando el cuadro titulado El beso de la reliquia. Tiene por fondo una sacristía, en la cual varias mujeres y algún hombre, de aspecto humilde, se agolpan para besar el relicario que les muestra un sacerdote. las figuras de este cuadro, de gran relieve y carácter, y el estudio tan concienzudo de sus cabezas y pafios, bastan a explicar la favorable acogida que mereció, siendo colocado en sitio preferente, y premiado. Hoy se halla en la Diputación provincial de Bilbao, en cuya ciudad fue asimismo premiado.

 

 

Entre las obras presentadas por Sorolla en Madrid en la Exposición de 1895, merece el primer lugar la titulada Bendición de la barca. Fue pintada ä la luz del sol poniente, que da al cuadro un efecto de color por demás pintoresco. En pie, en el centro de la barca, se halla el sacerdote que lee en el breviario las oraciones de la bendición, asistido por el acólito, cuyo blanco roquete es la nota más brillante del cuadro. En derredor de este grupo se hallan varios pescadores sentados en la barca. la figura de uno de estos en el primer término y en la sombra, en oposición con las cabezas tan características del segundo, atezadas por el sol, que destacan del mar y cielo del fondo, constituye uno de los contrastes más felices y uno de los trozos más vigorosos y más realistas entre los varios de este género que la obra de Sorolla nos presenta.

En los mismos días en que admirábamos este cuadro en Madrid, se afirmaba su fama en Paris con la presentación, en el Salón anual de los Campos Elíseos de dos de sus obras capitales: La vuelta de la pesca y Trata de blancas.

Ofrecen estos lienzos gran desemejanza: el primero, de luz y colores brillantes, retrata una escena de playa valenciana en pleno sol; en el segundo dominan las notas tristes y melancólicas a la tibia luz de un amanecer.

Sorolla, La vuelta de la pesca, 1895
Sorolla, La vuelta de la pesca, 1895.

La vuelta de la pesca lo tiene todo: composición grandiosa de líneas, ponderación de masas y colores, justa relación entre los diferentes valores de los tonos, y conjunto y armonía en toda la obra. Abunda además en trozos de gran habilidad técnica, de la cual son buen ejemplo la pareja de bueyes en sombra destacando de las espumosas olas iluminadas por el sol; la enorme vela que corta el cielo con una línea pintoresca y movida, y el mar tratado de manera tan diferente según los términos del cuadro. Es este uno de los mas felices de su autor, y fue premiado con segunda medalla, obteniendo en virtud de este premio la honrosa distinción de artista Hors concours. Fue adquirido para el Museo del Luxemburgo de Paris, en donde se halla.

Este cuadro y el de la Bendición de la barca pueden citarse como tipos de la numerosa serie compuesta de otros muchos inspirados en escenas de las playas de Valencia. Los elementos que los constituyen son análogos, idénticos sus fondos, y casi todos se hallan iluminados de igual modo a la plena luz solar.
No vaya a creerse que estos cuadros, ni la mayoría de los de Sorolla, fueron creados tan espontáneamente como se pudiera sospechar de la frescura y lozanía de su ejecución. Antes de acometer cada una de estas obras hubo un periodo de preparación, en el cual el pintor, por medio de estudios numerosos de dibujo y de color, ya del conjunto. ya del detalle, trató de familiarizarse con el asunto que habla de representar, con los contrastes de luz y color, con las proporciones, forma y escorzos de cada una de las figuras del cuadro, y por último, con los efectos y relación de unos tonos con otros. Una vez penetrado de esto. colocaba los modelos en el sitio y a la hora y luz que había de tener el cuadro. Y emprendía, libre ya de vacilaciones y cambios, la ejecución de la obra en el lienzo definitivo. A tan diversos estudios y sanos procedimientos deben en gran parte las obras de Sorolla, especialmente las pintadas al aire libre, la gran espontaneidad y frescura que muestran y el brío incomparable de su ejecución.

Entre los muchos cuadros pintados en las playas levantinas recordaremos los siguientes:

Pescadores valencianos. Retrata en el primer termino a dos pescadores, limpiando dentro del mar sus utensilios de pesca; en el segundo una barca aparejada, y otras mas lejos, en la línea del horizonte del mar. Es un cuadro todo luz y vibración solar, de un color brillante y armonioso. Fue premiado en la Exposición Internacional de Berlín de 1896 y adquirido para el Museo de Arte moderno de esta ciudad.

Cosiendo la vela, presentado por vez primera en el Salón de Paris de 1897; en Munich, en el mismo año; en la Exposición internacional de Viena mas tarde; en Madrid, en la Exposición del 99, y, por ultimo, en la Universal recientemente celebrada en Paris; acogida en todas partes con aplauso unánime, y premiada en Munich y Viena con dos grandes medallas.
La playa de Valencia, precioso cuadro, de pequeñas dimensiones, poblado de multitud de animadas figuras y barcas en el fondo. Figuró en el Salón de Paris de 1898.

Las miserias de la pesca, pequeño también, de gran acento y color que le hacen inolvidable. Fue expuesto en el Salón del 99.
Por ultimo, el titulado Comiendo en la barca, ya conocido en Madrid desde la ultima Exposición.

Bastan estos para poner de relieve los caracteres ya señalados en las obras de este genero. Todas ellas pertenecen a la ultima década y son fruto de los trabajos del autor en los meses de verano; de aquellos en los cuales otro artista menos avaro de su tiempo se hubiera entregado al reposo y al esparcimiento. Pero Sorolla no vive sino cuando trabaja: tras un verano de vertiginosa labor, acomete, durante los meses del invierno, en su estudio de Madrid, aquellas obras compatibles con la luz y condiciones del taller, alternándolas con las tareas de dirigir a sus numerosos discípulos, y la lectura y el cultivo de su espíritu, pensando siempre en la llegada de la primavera, y con ella de los días largos y templados, indispensables para pintar al aire libre.

EI estudio detenido de las obras de Sorolla pintadas en Madrid durante los últimos años, escenas de interior las unas, otras ya de género decorativo, ya de frutas y flores, y multitud de retratos, exigiría una extensión que no cabe en los limites de este trabajo.

Ya hemos mencionado una de las capitales, Trata de blancas, pintada en Madrid, dentro del estudio, para la cual hubo de disponer los elementos necesarios de fondo y luz a fin de reproducir la escena, la cual se desarrolla en un vagón de tercera ciase, análogo al del cuadro Otra Margarita.

Representa asimismo una escena de interior el cuadro titulado Una investigación, expuesto en Madrid en 1897. Retrató el pintor a su amigo el doctor Simarro en su laboratorio, rodeado de otros experimentadores, atentos todos al resultado de la investigación que da nombre al cuadro. Buena muestra de pintura realista nos ofrece este lienzo pintado en el propio laboratorio que le sirve de fondo, y siendo retratos fieles todos los personajes que en el aparecen.

A la representación de asuntos inspirados en escenas de su propio hogar. para los cuales tomó por modelos los seres mas queridos de su corazón, ha consagrado el pintor buena parte de su actividad. Perteneciente a esta serie, citaremos la obra de pintura decorativa titulada Mis chicos, que figuró en la Exposición de Madrid de 1897. Es de una composición original, y ofrece un ejemplo de pintura realista aplicada a la decoración. Además, multitud de retratos de sus tres hijos, y por ultimo, los diversos retratos de su esposa, alguno de ellos magistral, nos dan testimonio vivo de los afectos íntimos del pintor en relación con su arte.

Tal riqueza y diversidad de obras exige también diversidad de medios de expresión. la ejecución de los estudios de paisaje de las costas de Jávea, de un color exuberante y de contrastes violentos, ha de ser diferente de la empleada en los retratos o en los cuadros de genero de pequeñas dimensiones. De aquí uno de los muchos e interesantes aspectos que ofrece el conjunto de las obras de Sorolla.

No menor interés ofrece la manera con la cual interpreta la vibración de la luz, especialmente aquella que produce el sol al iluminar directamente los objetos. Para dar idea de estos efectos. recurre a veces al uso de pinceladas menudas de gran acento y vibración, sin caer en las exageraciones de muchos pintores modernos de los llamados impresionistas, por aplicar igualmente la pincelada pequeña a todos los efectos, lo mismo a los de aire libre que a los de interior, y aún a los retratos pintados a la luz de un estudio.

Sorolla vio pronto y con gran sagacidad lo que hay de bueno y de verdadero en el impresionismo y en las fases diversas que presenta, y se lo asimilo inmediatamente. Así vemos proscritos de su paleta para los cuadros pintados al aire libre, los colores pardos y negros, poco transparentes, que hasta no hace mucho fueron los preferidos por los pintores para las sombras. Ofrecen, en cambio, sus lienzos una gran variedad de tintas azules y violetas, contrapuestas a las amarillas y rojas, con las cuales y con el uso discreto del blanco, obtiene acordes felicísimos y efectos de color muy brillantes y atrevidos.
La Exposición de Madrid de 1899 y la Universal de Paris dieron ocasión al artista para mostrarse en toda su plenitud y madurez.

Vivo está el recuerdo de las obras de Sorolla en nuestra última Exposición, cuyo admirable y variado conjunto se componía de los cuadros Cosiendo la vela, desconocido hasta entonces en Madrid, pero que venía precedido de sus triunfos en París, Munich y Viena; el titulado Comiendo en la barca; los dos vigorosos estudios de paisaje de Jávea, y dos retratos. La opinión de la mayoría de los artistas se pronunció aclamando a un pintor de personalidad tan saliente y que con tal pujanza se presentaba en aquel certamen. Faltole a Sorolla, sin embargo, la consagración oficial de estos entusiasmos, y no obtuvo la medalla de honor, para la cual fue propuesto, único galardón que le faltaba para completar la lista de los premios reglamentarios.

Llevó Sorolla a la Exposición Universal de Paris casi todas sus obras expuestas el 99 en Madrid, más dos cuadros pintados en la playa de Valencia en el verano del mismo año: El baño y Triste herencia.

Representa El baño una de las pintorescas escenas de aquella playa, tan felizmente interpretadas por su autor. Una mujer en pie, de espaldas al espectador, despliega una sabana, en la cual se prepara a envolver a un pequeñuelo que otra mujer trae en brazos. Este enseña su desnudo cuerpecillo, encogido aún por el frío del baño. En el fondo de esta escena el mar, en el cual hay varias barcas pescadoras con sus velas henchidas por el viento. Todo el cuadro a la luz de un claro sol matinal de verano. EI azul del cielo, el del mar, los colores brillantes de los trajes y las tintas calientes y rosadas del cuerpo del niño, se armonizan con el blanco dominante de Ja sabana, y presentan un conjunto claro y transparente como el de una acuarela.
Ofrece este cuadro gran contraste con el de Triste herencia, tanto por el asunto como por lo opuesto de las ideas que cada uno de ellos nos despierta. En El baño todo es alegría y vida, al contrario del cuadro Triste herencia, en el cual están representadas las miserias de la existencia y de los vicios sociales. EI fondo es el mismo en ambos cuadros; pero el uno refleja la luz de la mañana, el otro la caída de la tarde, y en las tintas del mar que le sirve de fondo hay algo de sombrío y de fatídico.

Vemos en este lienzo a un hermano de la Congregación de San Juan de Dios acompañando al baño a multitud de niños degenerados, ciegos, tullidos, cojos, leprosos, enfermos, en fin, de todo género; escoria que la sociedad arroja de su seno y que aquella institución benéfica recoge y ampara. la figura del Hermano, robusta, vigorosa, hermosa en su tosquedad, se destaca en pie con su habito negro, del fondo del mar de un azul intenso. La seriedad austera de esta figura, pintada con sobriedad y vigor, evoca el recuerdo de aquellos monjes y ascetas de los grandes maestros españoles del siglo XVII.
Ocupan el primer término del cuadro dos grupos, situados en el centro, a la orilla del mar, compuesto el uno del hermano de San Juan de Dios atrayendo cariñosamente a un muchacho ciego que, con vacilante paso, a ál se acoge. EI otro grupo lo forman tres muchachos, dos de ellos con muletas conduciendo al tercero, ciego; todos desnudos. En segundo término. en el mar, varios grupos y figuras sueltas de muchachos bañándose, mostrando en los cuerpos raquíticos y degenerados los estigmas de sus enfermedades y lacerías. A la derecha del hermano aparece un niño que asoma del agua su busto iluminado por el sol. figura graciosa, llena de color y vida, única nota alegre de aquella escena de tristeza y miseria, cuya interpretación tan realista y sentida aviva los sentimientos tétricos que la contemplación del cuadro despierta.
AI lado de Triste herencia se hallaba colocado. En Paris. el titulado Comiendo en la barca, en el cual se ven varios pescadores comiendo, a la sombra de la vela, cuadro de gran verdad y bello colorido, muy celebrado en Madrid en la última Exposición. No lejos de ambos, en la misma sala, el lienzo de gran tamaño Cosiendo la vela, uno de aquellos en los cuales Sorolla logró vencer las mayores dificultades.

EI protagonista de este cuadro es, según la expresión de un ilustre critico, una vela de barco; y tal es el interés que ha sabido dar el pintor a los pliegues y accidentes del gran trozo de lona, a las figuras tan características de hombres y mujeres que en coserlo se ocupan, al emparrado y a los tiestos que matizan la pintoresca escena, y más que todo a los brillantes rayos de sol que se filtran a través de las hojas iluminando el cuadro con chispazos vivísimos, que aquel que lo contempla se interesa por asunto tan trivial de igual manera que si tuviera ante su vista la representación de algo muy dramático o transcendental.

Ejemplo vivo del mágico poder del arte, que eleva a las regiones de lo imperecedero aquello que en la realidad pasa inadvertido por vulgar e insignificante.

A poco de abierta la Exposición, reunido el Jurado internacional de Pintura, acordó este visitar las secciones de todos los países. Al entrar en la española los Jurados, entre los cuales tuve la honra de contarme, fuimos testigo de la impresión causada por las obras de Sorolla. EI nombre del pintor fue aclamado con verdadero entusiasmo, y desde aquel momento tuve confianza absoluta del éxito que habla de alcanzar Sorolla en la votación de premios. Fue esta honrosísima para él, pues obtuvo por gran mayoría, el primer día de la votación, uno de los veinte Diplomas de Gran Premio, únicos que se votaron; y fue aún mas honrosa la distinción si se tiene en cuenta el rango y la calidad de los premiados. EI nombre de Sorolla figura desde aquel día al lado de los de Dagnan Bouveret, Lenbach, Alma Tadema. Kroyer, Zorn y algunos otros de igual fama.

Visite con Sorolla pocos días después la Exposición Universal, y debo confesar en honor suyo que, lejos de mostrarse envanecido con su triunfo, al comparar sus obras con otras muchas de aquel gran certamen, y al ver las propias a una luz y en un ambiente tan diverso de aquel en que fueron creadas, declaró con noble sinceridad las imperfecciones de que a sus ojos adolecían. En efecto: la intensidad de la luz de los países meridionales, merced a la cual parecen tan coloreados los cuadros pintados en estos, les perjudica sobremanera al ser transportados al Norte. en donde quedan por lo común fríos y descoloridos, cuando no tristes y obscuros. De ahí que, a pesar de cuanto se cree y afirma, los grandes coloristas antiguos y modernos abundan entre los pintores del Norte mucho mas que entre los meridionales, pues aquellos, a falta del color y brillantez de la luz que ilumina sus obras, se ven obligados a suplir estos elementos con los recursos de la paleta. En pocas visitas a la Exposición se hizo cargo de cuanto le interesaba conocer. Apasionado de los pintores modernos que mas afinidad tienen con su manera de sentir y de interpretar la naturaleza, no llevó su entusiasmo hacia ellos al punto de menospreciar a otros de cualidades opuestas; antes al contrario, en su afán de perfeccionamiento presintió la posibilidad de realizar un arte que armonizara tan diversas tendencias. Es imposible, decía, que no puedan reunirse en un mismo lienzo la sinceridad de Kroyer y el ambiente de Zorn. con el vigor y relieve de un retrato de Bonnat y el carácter que sabe dar a sus figuras Jean Paul Laurens.

Sin detenerse en París mas que algunos días, volvió a Valencia y de allí marchó a la costa de Jávea a emprender las tareas del verano. La campaña ha durado menos tiempo, pero ha sido mas fecunda aún que las anteriores, y el resultado de ella una nueva muestra de la ductilidad de su talento.

No nos detendremos en describir los diversos cuadros pintados a raíz de su visita a la Exposición; pero si diremos que en dos de ellos, que titula Fin de la jornada y Escaldando la uva, aparecen de un modo claro transportadas al lienzo las ideas que le despertara dicha Exposición. Estas dos obras muestran mayor riqueza y mas brillantez de color que sus obras anteriores. Además, se observa en ellas gran contraste entre las figuras de los primeras planos, de mucha corporeidad y acento, y los otros términos, sin que esto perjudique al ambiente y al conjunto de dichos cuadros.

De un pintor que, joven aún, ha revelado en tantas y tan diversas obras dones excepcionales para el arte que cultiva, y que a estas prendas suma gran entendimiento, penetración sagaz y laboriosidad constante, se deben esperar, en el porvenir, nuevas y más sorprendentes creaciones. Confiados en esta esperanza, damos termino at presente estudio, en el cual hemos procurado que no domine en modo alguno la pasión hija del afecto que profesamos al amigo, ni la del entusiasmo que nos inspira el artista.

 

Aureliano de Beruete

1901

 

Joaquin Sorolla pintado en presencia de su esposa Clotilde.
Joaquin Sorolla en presencia de su esposa Clotilde.

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